Hasta que me muera. El inicio de una novela.
Miguelina Santillàn llegò con su caminar pausado a la bahìa, mirò la plazoleta de los artistas y en linea recta siguiò caminando algunos metros màs para luego bajar por las las pequeñas escaleras carcomidas por el tiempo, observando los hierros oxidados, las piedras grises y rojizas incrustadas en el cemento, mirò al nieto dicièndole su posiciòn ante la decadencia que veìa venir: estos escalones y este camellòn deben ser intervenidos por el gobierno local, no sea que alguien caiga y se haga daño. Mientras hablaba notò que caminar en la arena con los zapatos que llevaba resultaba algo incomodo, decidiò pues quitarse las sandalias y apoyarse en el bastòn de su vejez, reconociendo que la edad habìa pasado dejàndole sus años en los huesos, viò las delicadas olas del mar, se detubo a mirar las burbujitas de aire que desaparecìan tan ràpidamente como se formaban en la orilla, (ese dìa el mar parecìa calmo), siguiò caminando entre las grandes piedras que formaban el terraplen que muchos años antes no existìa, estas formaban pozàngaras al llegar la alta marea y un pequeño cangrejo que caminaba alejàndose la apartò del presente.
Mirar aquel mar, aquella bahìa, para Miguelina era mirar su pasado, su presente y su futuro; los sentimientos que la llevavan a recordar su infacia eran de felicidad, no habìa algùn lugar del mundo en donde ella pudiera estar mejor que en el mar, aunque despuès para uno de sus hermanos el mar se convertirìa en el vehiculo infernal del màs largo de los viajes, el recuerdo del viaje en altamar, del cual Juliàn, el segundo de sus hermanos nunca regresò. Ese mar logrò con sus cantos transportarlo al mundo donde las palabras se mueven tan ràpido que son imposibiles de agrupar y solo pueden ser expresadas corriendo.
El dìa era soleado y era casi imposible mirar hacia el horizonte por màs de cinco segundos, Miguelina moviendo la cabeza llevò su mano hacia su frente para proteger con ellas los ojos, pudiendo mitigar asì el riverbero que producìa, giràndose hacia el oeste viò un barco entrando en las azules y profundas aguas del puerto que antes tenìa otro nombre, acomodando su falda en la cintura, volviò a ver al cangrejo. Y ahì recordò su pasado...
El embarque de sus hermanos fuè junto a su padre adoptivo, Lucio Dìaz propietario del barco " El Orlando". Desde las costas del mar caribe, en el pequeño puerto de un remoto pueblo llamado Puerto Lòpez.
Ubicado en una zona limitrofe trazada por una frontera imaginaria con Venezuela, de arenas sutiles y fuertes vientos que ciertas veces se vuelven suaves, la nave orlando partiò con sus tres tripulantes, abituales Carlos peralta, Ruben sarmiento y Jorge Anchila, junto con los novatos Julian Santillàn y Genaro Santillan Rumbo a la Islas de Aruba y curazao. en una mañana de marzo del año 1961, Julian tenia diesiciete años y Genaro tan solo quince.
El dia de zarpar en el "orlando", los jovenes aspirantes a marineros se levantaron temprano, de madrugada; Carlota Villanueva mujer de Lucio, aquella mujer que decidio crialos como si fueran sus propios hijos fuè la primera en sentirlos murmurar y llamandoles les preguntò con su acento particular si querìan de verdad irse de marineros, repliacndo nuevamente: eso no son vainas para jugar..esos viajes son tesos...y ciertas veces peligrosos...los dos rieron al escucharla aunque Genaro un poco menos, si mamà respondio Julian, aqui en este pueblo no hay nada, si no es con el contrabando no se prospera y alparecer para estudiar no soy bueno, tal vez me consigo una arubiana rica y me gano la loteria. Riendose a carcajadas los tres despertaron a Miguelina, la cual solo dijo: dejen dormir y volvio a adormentarse en su pequeña pero confortable cama.
El barco no llegaba al puerto, anclaba cerca a la isla saint nicolasbaais en donde llega una lancha ràpida que transportaba la carga y traia otra para ser comercializada en Maicao, Riohacha y Santa Marta, era la època del contrabando, no fue el viaje mas feliz, los muchachos tubieron que afrontar en altamar el vaiven de las olas oceanicas, ellos no estaban acostumbrados a aquellas travesìas esperean por lo general a su padre en Puerto Lòpez donde descargaban la mayor parte de los barcos que contrabandeaban en la alta Guajira, pero ese dìa no estaban mas en tierra firme, ahora estaban navegando en el Orlando, rumbo al sol de los brazos abiertos, las millas naùticas que separaban Aruba de Puerto Lòpez la sabìan solo quienes dirigìan el viaje que se hacìa.
Juliàn resistiò el viaje, mientras que Genaro estubo tendido cuatro dias en el camarote de la cabina con un tanque que usaba como recipiente para vomitar. tomaba agua de panela caliente para sobreponerse, porque no comìa mucho, cada pedazo de pan con carne de diablo o aceitunas que llevaba a su boca debido a la nausea le hacìa dejar el emparedado siempre por la mitad, luego volvìa a recostarse en la cabina para dormir un rato. Esos dias fueron el tiempo necesario para valudar su decisiòn de convertirse en marinero o apoyarse en tierra firme. Durante los dos primeros dias, todo fue monotono, para Juliàn, se hablaba de las leyendas del mar, de los naufragios de amigos, de las veces que la armada casi los interceptaba en el mar, de como conocieron a sus mujeres y de como no podian vivir sino en un barco que cabalgara las ondas del mar.
Al quinto dìa Genaro se puso en pie, preguntò a los marineros experimentados en muchos viajes como habìan logrado vencer ese mareo tan horrible y dicendoles en forma de lamento exteriorizò en una frase el momento como si hubiese vivido tanto: me ha dejado como si estubiera pasando el guayabo mas infernal de mi vida.
Ruben le dijo:
Te acostumbraras, los primeros dias el malestar de la nausea crea esa sensaciòn; -luego mirando a Jorge y a Carlos- terminò la frase diciendo: Aunque yo me sentì asì, un solo dìa.
Jorge, se riò debajo de los bigotes, Carlos lo hizo con màs ganas y dejando de sistemar las cuerdas del barco se le acercò para decirle:
Eso pasa Genaro, eso pasa despuès con el tiempo.
Genaro les respondiò: yo me levante para no hacer quedar mal al jefe! porque lo que soy yo, todavìa ando enguayabado del mar.
Despuès, finalmente Genaro la viò, y no pudo ocultar su emociòn, con su voz nasal gritò con todas sus fuerzas: tieeeeeeerra a la Vista!
Jorge le replica: Nojoda, Cristobal Colòn llegando a la tierra prometida.
El de la tierra prometida fuè Moises dijo Genaro a lo cual Jorge le responde:
Los dos eran forasteros!
Fuè otro tripulante del cual no recuerdo el nombre que gritò al ver la tierra, dijo el capitan Lucio, menos mal que el enredo no es el de las amarras.
En la isla de Saint Nicolasbaais, los marineros màs antiguos, viendo que Genaro estaba un poco trasnochado y ojeroso le dijeron que no era necesario que se bajaran que podìan quedarse un poco màs descansando en las calmas aguas donde el Orlando finalmente atracò.
Le pidieron a Juliàn que acompañara a su hermano mientras llamaban por radio la lancha que servirìa para realizar el desembarco en Aruba.
Inmediatamente a la llegada del bote Pasaron la mercacìa de una embarcaciòn a otra y el ùltimo saco de azùcar que cargaron se rompiò, dejando caer todo el contenido al agua, a lo que Juliàn dice:
Endulzamos el mar!
No basta un solo saco mi hermano respondiò Genaro.
Luego los jovenes se quedaron
disfrutando de las càlidas aguas de la isla.
Continuarà...
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