Mi columna vertebral.
El titular del balneario a conseción me habla de todas las vicisitudes que tuvo que pasar para haberlo, me narró episodios de la segunda guerra mundial de como por un pedazo de pan se fué junto a un soldado Aleman, estubo junto a éste en el bombardamiento de Alemania, una bomba le había amputado una pierna, me describe como lo ayudó amarrandole un cinturón en ella para evitar la hemorragia y que no pudo hacer mucho por él, porque murió días después a causa de las heridas, me cuenta que sufrió con una astilla de metal que le perforó la pierna a la detonación de otra bomba y que después regresó a Italia pero al finalizar la guerra volvió nuevamente a reconstruir la Alemania Después del bombardamiento, igualmente me habla de cuando limpió la playa de la inmundicia, de los vidrios rotos que encontraban en la arena, de como sembró cañas para evitar que un torrente cerca del balneario le arrancara la tierra que había recuperado, de como su anarquía le permitiò haber todo lo que a sus 87 primaveras se goza, haciendo énfasis con sus puños en la tenacia de sus proezas. Y que ha sobrevivido a todo, aún habiendo sufrido dos atropellamientos de automóvil. Me dice para terminar que tiene una invitación que le enviaron del Papa San Giovanni Paolo II a la que nunca fué.
Al atardecer vienen gaviotas a reposar en la playa, le hago fotos en pleno vuelo, el sol se vuelve tenue y antes del ocaso retorno a la casa donde me hospedo; ahí veo el último rayo de sol ocultarse.
He visto una normalidad aparentemente nueva pero con todas las habitudes pre-covid nada ha cambiado en éste verano cruel donde cualquier descuido puede ser fatal. Yo, que me presto a ser los ojos de lo anteriormente narrado me deleito del mar mientras escribo estas lineas y en la normal y apacible realidad en la que me encuentro me doy cuenta que al final aquí no se le dió a alguno aparentar con ir a compar papel higienico.
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